Este articulo es original de Jonatan Lipner y fue publicado por primera vez en Linkedin.

“Se preocuparon tanto de si podían o no hacerlo, que no se detuvieron a pensar si debían”

Dr. Ian Malcolm, en Jurassic Park

El futuro es inevitable. Va a llegar, lo queramos o no, con sus maravillas y sus problemas, con sus posibilidades y limitaciones. Nada puede detener el devenir de los acontecimientos, y la mejor manera de estar preparados para lo que se viene, es trabajando para que llegue, anticipándolo en la medida en la que participamos de darle forma. En Neoris, donde creamos el futuro a través de interacciones más inteligentes, sabemos que esa es una tarea que implica no solamente el trabajo de hacer las cosas, sino también de preguntarse qué clase de futuro queremos construir.

El 2019 está develándose como el año en el que la Realidad Aumentada va a dar sus primeros pasos en serio. Si en los años anteriores la tecnología se había mostrado de formas tímidas, precavidas, quizás por el tropiezo que resultaron las Google Glasses, este año arrancó con un aval importante en el CES de Las Vegas, y no son pocos los analistas que ya están anticipando una participación cada vez mayor de la AR en la economía, sobre todo en los sectores industriales.

Ahora bien, a la par de este impulso va creciendo también un riesgo, puesto que, como ya ha pasado con otros avances, y está pasando de hecho con muchas de las nuevas tecnologías (el caso de blockchain es el que más evidente se me hace), existe la tentación de volver a la Realidad Aumentada la respuesta para todo. Sin importar de cuál sea la problemática, sin tener en cuenta las necesidades del mercado, sin detenerse a pensar cuánto valor agrega, el furor por la novedad puede llevarnos a sobre exigir las posibilidades técnicas, generando la impresión contraria: si la Realidad Aumentada no puede con todo, entonces no puede con nada.

Este mismo furor por la novedad puede llevar a muchos a dejarse encandilar por la maravilla inmediata, perdiendo de vista que, para que una tecnología pueda desarrollarse en el tiempo y se establezca debe, precisamente, sostenerse en el largo plazo. A este peligro, que es la otra cara del mismo problema, lo llamo el “efecto WOW”. Podemos compararlo con la sensación que nos genera un truco de magia: una impresión intensa y placentera, producto del asombro por lo extraordinario, pero que se agota al poco de terminarse el acto. En el mejor de los casos, nos puede acompañar, por algún tiempo, la curiosidad por el secreto detrás del truco, por saber qué lo causa. Pero incluso en esos casos, el resultado es el mismo: en la medida en que volvemos a levantar nuestra incredulidad, relegamos a la magia al apartado del divertimiento pasajero.

Lo cierto es que la Realidad Aumentada es una tecnología que puede dar mucho más que divertimiento. Y está exigiendo un tratamiento que la lleve más allá de lo anecdótico, que la utilicé para algo más que asombrar por la mera novedad, que pueda volverla práctica, para que su misma practicidad la haga inseparable de la vida cotidiana, de la actividad productiva, de la cultura humana; pero para lograrlo, no solo hace falta trabajar en explotar esa capacidad; es necesario pensar qué clase de futuro queremos construir. Que empecemos a visualizar cómo será el futuro aumentado.



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